Las farolas de Jerte tienen frío

El domingo era lluvioso, hacía algo de viento y la calle no era el mejor sitio para estar, pues atraía más el calor de los interiores que la calle gris y amarga que recordaba que aún no había llegado para quedarse la primavera cálida y soleada que anuncia el apacible verano.

La zona era un valle poderoso, de garganta sonora y cuajado de árboles que seguían dormidos del largo invierno, afiladas ramas desnudas saludaban a los habitantes y curiosos de la zona. Era un lugar cargado de ancestrales tradiciones, con referencias a la agricultura de la zona allá donde uno pudiera mirar, pues son sus famosas cerezas y sus dulces picotas sus mejores embajadores. Era tarde, caía el sol al final del valle y el frío procedente de las nevadas cumbres vecinas anunciaba una noche llena de viento, mientras que unas pesadas nubes oscuras como el fondo del océano lentamente eran empujadas desde otros valles hacia este que reclamaba su presencia como parte del ritual primaveral. 

En el pueblo las luces de las casas anunciaban la poca vida que existía, pues la calle principal estaba vacía y sus únicos habitantes eran las estoicas farolas que brillaban con todas sus fuerzas, aunque estas parecieran escasas. Las farolas de la calle también sentían ese frío y se abrigaban con mantas para tratar de resistir su vigilia una noche más, aguardando la mañana con la esperanza de que aquellas nubes visitantes y el viento helado continuaran su peregrinaje hacia otros rincones. En Jerte esa noche hacía frío, y las farolas también lo sintieron. Los demás, tratamos de pasar la noche junto al fuego encendido al cobijo del hogar, olvidando la tarea de aquellas vigilantes de hierro que alejaban la oscuridad con sus luces.

El Jerte es un valle alargado y anciano que alberga una magia especial durante una corta época del año, la floración de los cerezos hace que cobre vida, se blanquea la superficie como si el invierno hubiera regresado, se endulza el aire con aromáticas brisas y las cascadas y el río suenan con dulzura cargados de fresca agua. Sin embargo, el resto del año el valle parece un anciano olvidado, recluido en las montañas y sin nadie que acuda a su visita. Ese momento es tan hermoso y mágico como lo es el de la floración, pues regala a los visitantes una estampa diferente, menos conocida e igualmente fascinante. 


Comentarios

Entradas populares